LA JAULA DE PAJARO
“Solo unos pájaros viejos,” contestó.
“¿Y qué vas a hacer con ellos?” le pregunté.
“Bueno, tengo unos gatos. Les gustan los pájaros. Se los daré.”
El pastor se quedó en silencio por un momento. “¿Cuánto quieres por los pájaros, hijo?”
“Mire, señor, Ud. no quiere estos pájaros. Solo son pájaros silvestres. No cantan, ¡ni son bonitos!”
“¿Cuánto?”
El niño me miró pensando que estaba loco. “$10 dólares?”.
Metí la mano a mi bolsa y saqué un billete de diez dólares. Lo puse en la mano del niño. El niño desapareció como un relámpago.
Levanté la jaula y con cuidado la cargué al final del callejón donde había un árbol y un lugar con pasto. Colocando la jaula en ese lugar, abrí la puerta y dejé ir a los pájaros, librándolos”.
Bueno, eso explicó la jaula vacía en el púlpito. Entonces el pastor comenzó a relatar una historia.
Un día Satanás y Jesús estuvieron en una conversación. Satanás apenas había llegado del huerto de Edén y estaba alardeando y jactándose.
“Sí señor, acabo de agarrar un mundo lleno de gente allí abajo. Les puse una trampa, usé un anzuelo que sabía que no podrían resistir. ¡Les agarré a todos!”
“¿Y qué vas a hacer con ellos?” le preguntó Jesús.
“¡Oh! ¡Me voy a divertir! Les voy a enseñar a casarse y después divorciarse. Les voy a mostrar como odiar y abusar el uno del otro. Como tomar y fumar y maldecir. Como inventar pistolas y bombas y matar el uno al otro. ¡Me voy a divertir mucho!”
“¿Y qué harás cuando hayas terminado con ellos?” preguntó Jesús.
“¡Oh! ¡Los mataré!”
“¿Cuánto quieres por ellos?”
“Oh, tú no quieres esa gente. No son buenos. Tú los tomarás y solo te odiarán. ¡Te escupirán, te maldecirán y te matarán! ¡Tú no quieres esa gente!”
“¿Cuánto?”
Satanás le miró a Jesús y le dijo con desprecio, “Todas tus lágrimas y toda tu sangre.” Jesús pagó el precio.
El pastor levantó la jaula, abrió la puerta y salió de la iglesia.
1 Pedro 1:18-19 (NVI)
Como bien saben, ustedes fueron rescatados de la vida absurda que heredaron de sus antepasados. El precio de su rescate no se pagó con cosas perecederas, como el oro o la plata, sino con la preciosa sangre de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin defecto.
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